Tras la llegada a Bidart, y descansar, al día siguiente, decidimos visitar Biarritz.
Por hacer un poco de historia, os contaré que esta preciosa villa, era en un principio allá por el s. XI un pueblo de pescadores, principalmente de ballenas. Pero será a partir de 1830, cuando comienza a ser destino de la aristocracia española, como Eugenia María de Montijo de Guzmán,que llega por primera vez a Biarritz en 1834, a la edad de ocho años, acompañada de su madre, la condesa de Teba, para hacer un descanso en su viaje con destino Pau, para visitar a su amiga la señorita Castelbajac.
Después de esta parada quedaron encantadas con la ciudad, tanto es así, que la familia de Montijo, comienza a pasar temporadas en Biarritz a partir de 1847.
Desde este momento muchos miembros de la corte se sienten atraídos por su clima y su playa, empezando a ser destino de duques, condes, marqueses, y príncipes.
En Agosto de 1904, la reina Isabel II y la reina María Cristina, deciden pasar el verano en esta luminosa villa. Incluso el 27 de enero de 1906, el rey Alfonso XIII se promete con la princesa Ena de Battengbert, nieta de la la reina Victoria, en la finca de Mouriscot.
Mucho antes, en 1855 Napoleón III y su esposa, la andaluza Eugenia María de Montijo, que nunca olvidó los veranos que pasó en su infancia, mandaron construir el Hôtel du Palais.
Pasear por Biarritz, es pasear por la historia, cada rincón, cada casa, te recuerda su nobleza.
Su paseo marítimo, su casino, el puerto de pescadores, donde además de visitar este rincón con tanto encanto, también podemos degustar la rica gastronomía pesquera de la zona, sin olvidarnos de su playa.
Puerto Pesquero |
Y después, de una pausa por el puerto, seguimos nuestro recorrido hasta la Virgen de la Roca, a la que se accede por una pasarela de madera, con unas vistas maravillosas de toda la costa.
La visita a Biarritz, nos hizo olvidar, este comienzo con tantos tropezones. Y desde luego, su luz, su olor y su color, nos trasportó a una época, donde los miriñaques, los encajes y los elaborados peinados, eran el furor de la moda. Menos mal que nos hemos librado de tan aparatosos vestidos, y con nuestras chanclas, pantalones cortos y una sencilla coleta, podemos disfrutar con total libertad de sus aguas y de sus playas. ¡Además de poder comer sin que nos oprima el corsé!
Al finalizar el paseo por este maravilloso pueblo, volveremos a nuestro pequeño palacio de verano, donde descansaremos de un precioso día por la historia.
Y recordad, ¡dadle alas a la escoba!